jueves, 18 de diciembre de 2008

La ira de la Arena

Mi nombre es Kaeso Cornelius, tengo 28 años y he sido vendido como esclavo a un entrenador de Gladiadores. Daré mi vida sin quererlo por entretener a la plebe de una ciudad en decadencia. Hace ya cuatro veranos desde que el gran Nerón incendió Roma y destrozara la vida de sus gentes por inspirarse en tocar un objeto absurdo.
Hoy, hoy es un gran día para mí, hace diez años que trabajo para Aulus Aumar y me va a conceder la espada de madera si gano este combate. Está pactado que si pierdo, no moriré, pero ya nadie se fía del César. Necesito este combate, ser libre y podré volver donde siempre he querido estar, en los escuadrones Romanos.
El joven Kaeso se preparaba para salir a la arena, se equipó con un casco de cabeza entera, no permitía muy buena visión, por lo que no esperaba llevarlo mucho tiempo, cogió una espada larga, mellada por sus tantos combates pero aun así no era bueno descuidarse de ella. Se puso unas espinilleras y un brazalete hasta el hombro de hierro. Respiró tres veces hondamente.
El sol calentaba la tierra de la circunferencia de combate y la gente gritaba eufórica por este gran acontecimiento. La guardia del César tenía a sus pies sacos de pan, para que el gentío estuviera contento. Todos esperaban un gran combate.
Las cuatro puertas que tenia el Coliseo se abrieron a una vez y la gente gritaba animando a sus favoritos.
Cuatro hombres fornidos y de grandes músculos salían de los portones. El primero era un hombre de piel curtida por el sol, cicatrices en la cara y una tela que cubría un ojo. El segundo, un hombre traído de África, ataviado únicamente con un tridente y una red miraba extrañado el lugar. El tercer hombre, parecía más que un hombre un oso, era enorme y portaba una gran maza, iba ataviado con armaduras y casco. El cuarto, el joven Kaeso Cornelius salía con aires de grandeza, saludando al público con elegancia.
Un hombre, vestido con ropajes blancos salió desde detrás de Kaeso y se dirigió al medio de la arena.
-¡Gentes de Roma!-Vociferó-Soy el Pontífice Septimio Severo, he sido invitado a presenciar esta lucha y he salido a dar la bendición de los dioses ha estos hombres-Continuó su discurso- Cuando salga de la zona de lucha, comenzareis. Que los dioses estén con vosotros.
Salió del terreno de combate y miro a Kaeso con un gesto pícaro en la mirada. Este miró extrañado al hombre que salía del terreno con carrera torpe debido a las túnicas.
Los portones cerraron de golpe y fue la señala que sacó a Kaeso de su embelesamiento. El joven Africano, avanzó con su arma preparada para atacar. Cuando estuvieron cuerpo a cuerpo, Kaeso y el africano empezaron a intercambiar golpes.
Mientras tanto, el hombre-oso y el hombre de la venda en el ojo luchaban sin ceder ninguno terreneno.
Kaeso daba estocadas y bloqueaba ataques sin cesar mientras esquivaba la red que lanzaba el joven africano. Media hora después, el joven africano, yacía en el suelo muerto y con un brazo cercenado. El hombre de piel curtida, acabo con el hombre-oso de una estocada certera en el cuello, que le atravesó y calló de forma estrepitosa al suelo.
-¡Chaval! ¡Te toca a ti!-Gritó el hombre de la venda en el ojo- ¡Lucha con honor y muere con el!
Mientras el hombre se acercaba poco a poco con parsimonia en sus movimientos, Kaeso se quitó el casco y lo arrojó contra una pared para que no estorbara.
Ambos salieron corriendo hacia el contrario. Chocaron las espadas, las chispas volaban, Kaeso esquivó un dos y tres ataques. Y contraatacó con mas fiereza que nadie hubiera esperado, su enemigo esquivó un ataque y el otro le hizo un rasguño que le hizo retroceder y agacharse. Kaeso iba a asestar el golpe de gracia cuando… Una flecha atravesó su abdomen. Se giró y vio como uno de los soldados que protegían al César habían disparado a su señal.
Aprovechando la impresión, el hombre de piel morena, ataco desde abajo rasgando desde el abdomen hasta el pecho.
Escupiendo sangre, Kaeso cayó al suelo rodando. Su enemigo iba dando estocadas pero sin éxito. Dando vueltas sin rumbo se arrinconó en una pared. Su enemigo sonriéndose, levanto la espada y se dispuso a clavarla. En un arrebato de ira, Kaeso atravesó la garganta de su antagonista. Se levantó como pudo y sacó la flecha de su cuerpo. Escupió sangre y se dirigió al centro de la arena.
-¡Esto es lo que queríais! ¿Me equivoco?-Sollozaba-¡ Os estais pudriendo en esta ciudad del inframundo! Esta ciudad… se pudre…
Otra flecha atravesó su cuerpo. Cayendo de rodillas escupió una vez mas sangre, otra flecha silbó y atravesó su hombro.
Cayó en el costado y su vida se fue acabando. Lo ultimo que vio fue como un remolino de arena pasaba a su lado y las flechas que se clavan a su lado.

1 comentario:

  1. Menos mal que ya me deja esto dejarte comentarios en los relatos.

    Como ya te dije, me ha molado mucho, sobre todo el final, el aguante que tiene el tio jejejejejejeje

    ResponderEliminar